Este verano navegaremos a las islas North Troms con base en nuestro relais en la isla de Vannoya, por lo que en caso de mal tiempo nuestros huéspedes se alojarán en nuestra villa frente al mar.

Entre las maravillas que descubriremos:

• Fugloya, la isla de los pájaros, de las águilas, de los rubios, de los frailecillos, de las gaviotas, de las becadas, etc., antropófoba con sus costas verticales que unen un mar negro con picos siempre blancos, no ofrece ningún rincón acogedor, sin embargo, solían ir allí remando, desde Vannøya, para hacer heno con redes, sí, con redes, que clavaban alrededor de la lujuria herbácea alimentada por el guano para recogerla cuando cortaban aferrándose a las laderas muy empinadas, antes de que el petróleo enriqueciera al país.

• Vanna, la isla del agua, una cadena montañosa de 40 kilómetros con pendientes para todos los gustos y picos para todos los piolets, pero capaz de deslizarse en un mar verde esmeralda creando una costa llena de golfos, puertos y calas, te enamoras de ella a primera vista, solo tienes que dar un paseo entre los leones marinos, renos y perdices nivales, o esquiando desde los valles hasta la playa. El camino que lo abraza todo es uno de los más bellos del país.

• Arnoya, nacida del abismo de las montañas de tres hojas, ha dejado dos valles muy suaves y ha bordeado un litoral que ofrece visiones definitivas de un sur de blanco peludo hasta donde alcanza la vista que flota a veces sobre el azúcar fibroso del mar tempestuoso, otras veces sobre el índigo inaudito del mar en calma, otras veces se asoma solo sobre matas grises siempre apresuradas. Y la gente se divertía rodeando toda la isla con una casa tras otra, todas iguales pero todas diferentes, con ventanas que destilan envidia como el cristal los rayos del sol, siempre bajos, siempre rozando, siempre en silencio.

• Kagen es una isla sin medias tintas, tres picos prohibitivos que descienden hasta el mar, y el hombre acaba de hacer una carretera y un puente para conectarla con dos penínsulas más suaves y menos inquietas, capaces de abrazar el mejor puerto de la zona, Skjervoy, casi impronunciable.

• Luego, hacia el este, otra cadena montañosa en la frontera con Finnmark te hace descubrir que no es por allí, que el espectáculo continúa, con otras penínsulas andrajosas, otras islas encajadas en las olas, otros cabos que puedes doblar cada dos días, pero ese tiempo que pasas te compensa las horas pasadas en la cocina haciendo huevos escalfados para colocar suavemente sobre la loncha de salmón.