Siete días, un barco, una tripulación. Salimos de Portorosa con el viento en la cara y la adrenalina creciendo. A bordo, diferentes personas: los que ya han navegado por los océanos y los que acaban de aprender a decir "virar", pero no hace falta mucho para crear armonía. Un brindis, un chapuzón, y la ruta está trazada: nos dirigimos hacia Lipari.

Aquí la navegación comienza a sentirse en serio. La bahía de piedra pómez da la bienvenida al grupo con aguas transparentes y fondos marinos blancos. Nadas, ríes, tomas el sol en cubierta. Por la noche, cenarás con vistas al castillo iluminado.

Al día siguiente es Salina, una isla elegante y relajada. Cala Pollara deja a todos sin aliento. Después de un baño regenerador, el aperitivo comienza al atardecer con malvasía local, risas y listas de reproducción compartidas. Alguien propone un juego, otro saca una guitarra...

Salimos hacia Panarea, la más pequeña pero también la más glamurosa. Cala Junco se convierte en un pequeño paraíso para practicar snorkel, fotos e inmersiones en grupo. Por la tarde se desembarca para tomar una copa con vistas, y por la noche en los lugares más característicos: luces tenues, música y la complicidad de quienes disfrutan de cada momento.

Luego llega el tiempo de Stromboli. La tripulación se acerca en silencio, con la respiración contenida. La Sciara del Fuoco se ilumina al atardecer, ofreciendo espectáculos que dejan a todos boquiabiertos. Cenamos bajo un cielo lleno de estrellas y lapilli, con Stromboli respirando y recordando a todos el poder de la naturaleza.

El quinto día es Filicudi. Salvaje, auténtico, perfecto para aquellos que buscan calma y belleza. Explora la Grotta del Bue Marino, realiza inmersiones de desafío desde la proa, toma el sol en total relajación. La noche en la rada es silenciosa y las historias que se cuentan en la cabina fluyen como el vino.

Luego Vulcano, una tierra de contrastes: barro caliente, playas negras, cráteres humeantes. El grupo sube a la cima, se abraza al viento, se toma fotos y se ríe entre los olores de azufre. El regreso a bordo es festivo: el último baño, la última noche. Brindamos por la semana, por las nuevas amistades, por la libertad.

El último tramo hasta Portorosa es un momento suspendido. Nadie quiere bajarse. Siete días son suficientes para crear vínculos reales, para sentirse parte de algo único. No se trata solo de unas vacaciones en barco: es una experiencia que permanece en la piel, en el corazón y, sobre todo, entre las historias que se cuentan una vez de vuelta en tierra.